lunes, 21 de julio de 2008


Finalmente, a veces puedo evitar maltratar a los demás. Cuando la adultez supera mi enojo aniñado, surge quien puede expresar la incomodidad de no sentirse a la altura de las circunstancias sin por eso descargar con violenta nulidad esa invalidez.

Algo aprendí, finalmente.

Y detrás de tanto enojo, cuando mi postura de gladiador romano se desarma, me siento triste, a la vez perdida y a la vez feliz por animarme a no saber si realmente estoy haciendo las cosas bien, aun sin renunciar a las decisiones, reafirmándome en un camino: quiero más.

El reparo hacia los otros, que no siempre entienden que una está en plena revolución, estrictamente, revolución: cambio radical, de raíz, sin etapas intermedias, por algo desconocido y no experimentado, está en la base de la aceptación.

Quizás, analógico a la muerte, todo lo que era, todos los que estaban, dejarán de ser para siempre. Aunque vuelva, aunque los reencuentre luego en otras instancias, será un antes y un después. No es mudarse de lugar, tampoco abandonar una identidad, es la partida que trae un cambio inevitable.

El temor de abandonar lo querido y que al regresar haya dejado de amarlo, o de no regresar, o de volver igual. Hoy, sólo puedo ver uno de los lados.

Seguramente no es tan grave, siempre es posible funcionar por comparación y aceptar que un viaje a Europa no está mal , que estudiar afuera mucho menos y que creer en el amor , asi planteado, es idiota y una epifanía si sale bien; puedo confrontar esta realidad con millones de otras, acuciantes, pero mi individualidad no trabaja de esa manera.

Mi ser estructurado y fuera de época está al borde del vacío y me entristezco al pensar en el árbol de limones del patio(cómo impactará en mis inquilinos un cantero con limones inmensos que yo tanto cuido), en las reuniones semanales con Luciana, Lorena y Laura, en las salidas con mamá que a veces hago por obligación y que, cuando no discutimos, están buenísimas, en papá que no me perdona que siendo él peronista yo le haya salido gorila (y las discusiones que ocasiona), en Luciano, Vir, Merce, los Pablos y los sábados a la noche, en el taller, en fin, en la vida que cambio por otra que desconozco, pero que promete.

Este mundo se torna extraño para mí. Lo miro desde una realidad paralela, ajena y a la vez operable dentro un mismo plano.

Es necesario empezar a separarse: intelectualizar, la trampa que mejor me sale.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"... puedo confrontar esta realidad con millones de otras, acuciantes, pero mi individualidad no trabaja de esa manera..."

Nada hay tan acuciante como la propia realidad, aunque nos demos de altruistas e intentemos "calzarnos" los zapatos de los demás.

Tu revolución es casi como parir,no se puede prescindir de la duda, del temor, de ese corte tremendo entre el antes y el después, entre la nostalgia y la anticipación.

Así es como llegamos a nuestro destino; transitando, cambiando, eligiendo, amando, arriesgando, partiendo...

Y aún así esa revolución no cambia tu esencia.

P.D.: Los viernes se me da por la filosofía barata. ;)

Pablo Libre dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Todo es un antes y un después, claro que si, de eso se trata me parece, de tener muchos puntos de partida, si no? que hicimos?

Gozar de cada pedacito es lo que cuenta. Mirando hacia atrás veo que nuestra amistad trasciende esos puntos de partida, permanece, resiste. Eso va a ser siempre así, eso no cambia. Solo se acomoda. Cenas semanales que pueden transformarse en te... o en algún desayuno ocasional, chat... tantas formas hay de estar!

Te quiero Maria, un montón, y aunque no quieras oírlo, te voy a extrañar. Y entonces, cuando menos te lo imagines, la cena semanal va a tener nueva sede...

Lo